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miércoles, 15 de julio de 2015

Tú.

Estoy en blanco.

La lengua pesada en el paladar, las neuronas de vacaciones, el corazón a punto de estallar. 
Joder, me robas las palabras, el sentido, el odio a vivir. Me dejas vacía con una mirada llena de excusas. Y no te importa.

Estoy en blanco.

Miro la brillantez de la hoja desnuda y me siento pequeña. Se me cierran los ojos, la garganta, los dedos se agarrotan asustados. Ese papel, tu piel. Inmaculado, vacío para tintar con mis palabras.

Y estoy en blanco.

Tanto que decir y tan poca saliva almacenada, tantos deseos y tan poco coraje a la hora de decirlo. Te quiero, ¿Qué pasa? Deja de mirarme así. No te estoy pidiendo permiso.

En blanco. Odio quedarme en blanco.

Miro el pecado oscuro de tu iris y se me queman las entrañas, mi cerebro se marcha por inundación del corazón. Y que boca, joder, que boca. Pasaría horas escuchando tus rayadas mentales solo por verla moverse.

Pero sigo en blanco.

Que asco. Puedo pasarme horas hablando de la curva de tu espalda y ni un minuto siendo sincera sobre mis sentimientos. Es el miedo, el puto miedo de siempre. ¿Es posible que duela el corazón? Noto cada latido pesado, errático, a juego con el nudo en mi estómago.

Estoy en blanco.

Me enfermas. Por menos me hubiera matado ya Shakespeare. Joder, esto no soy yo. Los sentimientos me están ahogando tras la sonrisa fija. Me arde el pecho y no hay agua para apagarlo.

Al fin y al cabo, no importa.

Me dejas en blanco.

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